jueves, 29 de noviembre de 2012

Zoya Kosmodemiánskaya


El aporte de las mujeres a esta causa común fue enorme: sin su impetuosa voluntad de vencer al enemigo la victoria final no habría sido posible. Por desgracia, no se conocen los nombres de todas las heroínas soviéticas que lucharon con valentía durante la guerra pero la trágica historia de algunas de ellas podría esclarecer en cierto grado su trascendente papel.

Uno de los nombres más mencionados durante la Gran Guerra Patria es indudablemente el de Zoya Kosmodemiánskaya, una joven guerrillera, soldado del Ejército Rojo en la unidad de exploración y subversión del Estado Mayor General del frente occidental y la primera mujer honrada con la alta distinción de Héroe de la URSS a título póstumo. Ella fue y sigue siendo el símbolo del estoico heroísmo soviético para todas las personas que lucharon activamente contra los alemanes, al igual que para las siguientes generaciones que la conocieron gracias a su imagen, reproducida con frecuencia en la literatura, la pintura, los artículos periodísticos y el cine.

Zoya nació en 1923 en un pueblo cerca de la ciudad de Tambov, a 480 km de Moscú. Su padre era un sencillo sacerdote, lo que les ocasionó muchos problemas cuando en la URSS se quiso implantar con fuerza el ateísmo. Así, en 1929 hubieron de mudarse a Siberia por temor a la persecución bolchevique. Unos años más tarde, murió su padre y Zoya y su hermano menor, Alexandr (también héroe de la Unión Soviética a título póstumo), se quedaron con su madre.

Zoya fue siempre muy buena estudiante pero por vueltas del destino tuvo que demostrar sus habilidades en un ámbito que le era, como a miles de jóvenes de aquella trágica época, totalmente ajeno. Al estallar la guerra contra el fascismo, Kosmodemiánskaya se ofreció voluntaria para entrar en el Ejército. Su madre, maestra de escuela, intentó disuadirla pero Zoya le respondió con firmeza: “¿Qué más puedo hacer cuando el enemigo se aproxima? Si llega hasta aquí, no podré seguir viviendo”. Por desgracia estas palabras fueron tristemente proféticas.

La joven fue asignada a la unidad guerrillera n.º 9903 del frente occidental. De las mil personas que se unieron a la misma en octubre de 1941, menos de la mitad sobrevivió a la guerra. Después de un corto periodo de instrucción, Zoya, junto con otros guerrilleros del grupo, realizó su primera misión de combate: minar los caminos y cortar las líneas de comunicación en el territorio ocupado por los alemanes cerca de Volokolamsk, a unos 70 km al oeste de Moscú.

En noviembre de 1941, su grupo recibió la misión de quemar la aldea de Petrishevo, donde estaba instalado un regimiento de alemanes.

En aquel periodo de la guerra, cuando parecía que los alemanes estaban a punto de conquistar Rusia, Stalin dio la orden n.º 428, que exigía a los soviéticos “congelar” a los alemanes, echarlos fuera de las casas de las aldeas, para lo cual era necesario destruir las poblaciones en la retaguardia de las tropas enemigas.

Los miembros de la unidad guerrillera fueron los primeros que recibieron una orden similar y casi no se imaginaban con qué dificultades podrían tropezarse durante esta complicada operación.

En Petrischevo Zoya logró incendiar una caballeriza y un par de casas donde estaban instalados equipos de radio del servicio secreto alemán. Sin embargo, no fue posible completar la tarea dado que ella y sus compañeros fueron capturados por los alemanes. Según una de las versiones, la unidad fue traicionada por el dueño de una casa, un ruso que colaboraba con los nazis. Zoya no pudo escapar del cautiverio alemán, fue torturada e interrogada sin piedad pero la única información que reveló al enemigo fue su seudónimo, “Tania”. A la pregunta “¿Dónde está Stalin?”, Zoya contestó firmemente: “Está en su puesto”. Al día siguiente la ejecutaron.

Antes de subir a la horca, le dio tiempo de pronunciar las siguientes palabras emotivas y proféticas: “¡Camaradas! ¡Mi muerte es mi éxito, los venceremos! ¡La Unión Soviética no está vencida y nunca lo estará!”. Los alemanes también recibieron veredicto por boca de la intrépida Zoya: “Me cuelgan a mí pero yo no soy la única. Nosotros somos 170 millones y no podréis colgarnos a todos. Mis compañeros me vengarán”. Estas fueron sus últimas palabras pero después de su heroica muerte ante los ojos de sus compatriotas, su humillación no cesó. En señal de escarmiento los nazis no permitieron retirar del patíbulo el cuerpo de la “incendiaria rusa”. Al cabo de un mes fue enterrada en un pueblo cercano.

Mucho más tarde, sus restos mortales fueron trasladados al monasterio de Novodévichi de Moscú. No se conocen a detalle todos los horrores que tuvo que sufrir la guerrillera pero gracias a varios artículos y libros sobre ella podemos conocer a la joven heroína nacional de la URSS. Su madre también hizo un gran aporte con su libro sobre sus hijos héroes, Relato sobre Zoya y Shura, una novela que llegó a ser muy popular. A pesar de que Zoya fue condecorada con una medalla a título póstumo en 1942, el primer monumento de ella erigido en su pueblo natal apareció a finales del siglo XX. Ahora en Rusia prácticamente en cada ciudad o pueblo se puede encontrar una calle o plaza bautizada en su honor




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