Quedarse sin monedero y sin cámara de fotos en Kizil no es tan complicado: la capital de la República de Tuvá se parece a cualquier ciudad europea llena de inmigrantes y turistas. Sin embargo, en una comisaría de policía occidental difícilmente podrían encontrarse chamanes pasando tiempo en la cola leyendo el futuro con piedras.
En agosto hace calor y se siente la humedad incluso por las noches. Dentro de poco será el día Naadym: la fiesta de los ganaderos para la que Tuvá se prepara durante todo el año. De la 'Dungura', una organización religiosa de chamanes que está enfrente de la comisaría de policía, sale un joven chamán con una capa con lazos, un sombrero con plumas y unos vaqueros desgastados. Va salpicando leche por todas partes. En Kizil apenas quedan chamanes viejos, todos se han ido a los pueblos.
“¿En qué cree la gente en la actualidad? Creen en el dinero, en Dios, en monjes y en los chamanes, - dice uno de ellos mientras da una calada a su cigarrillo, - creen en todo menos en la Tierra. Nadie se acuerda de ella y, en realidad, es en ella en la que hay que creer, a la que hay que querer, sólo en la Tierra, la madre de la naturaleza. Mírala, es tan bonita...”
En el pequeño territorio de Tuvá, cálidos desiertos se combinan con sierras sin fin. Puede llegar a nevar en verano y sus lagos están llenos de peces. Aquí pastan camellos como si estuviesen en Arabia y renos como si se tratase del Extremo Norte.
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